Ridículo

La frustración le devoraba las entrañas, le impedía pensar con claridad, y por eso se aferraba insistentemente al rito de la escritura: terminaba una carta, la ponía en su sobre, lo cerraba, y la añadía al montoncito. Si sentía frustración -pensaba entretanto-, era porque no pasaba lo que ella esperaba, lo que ansiaba desde hacía muchísimo tiempo, puede que desde que tenía memoria. No pasaba, de eso estaba segura, pero ¿qué era aquello que deseaba que pasase exactamente? ¿Cómo podía desear algo y no saber exactamente lo que era? Cerró el último sobre y guardó el fajo de cartas en un bolsito de cuero.

Un día más: se suponía que esto era bueno, que, si continuaba escribiendo, le iba a ir muy bien, iba a mejorar sus relaciones, su ánimo, su vida, iba a encontrarle un sentido a esta mierda, ¿no? Era quince de noviembre. Hacía un frío que pelaba. Las toallas no se secaban y la basura se acumulaba en un rincón del patio. Mario llegaría en media hora, se haría un té con leche, se sentaría en su estudio. Este -se prometió- sería su último intento. Aferrándose a la imagen más ridícula que pudo ocurrírsele, comenzó a vestirse mientras agitaba su cabeza llena de sal y repetía «chá-cha-chá, chá-cha-chá…», sacudiendo su cuerpo de cristal. Se puso lo más cálido y amable que encontró: unos pantalones pardos de pana, y un jersey de lana mostaza. Bajó las escaleras bailando y riendo a carcajadas con un solo pensamiento bulléndole y desquiciándola: «Ridículo, es todo ridículo». Al llegar a la puerta de la calle se serenó para saludar a don Paco, que, cómo no, arqueó las cejas a modo de respuesta. Suspiró, respiró hondo, y salió a la calle.

Sentía dentro de sí una niña que lloraba, que quería desbordarse sin límites, pero solo podía deshacerse en lágrimas: él es uno y yo soy otra, y los dos somos ridículos, los demás son también ridículos, y hay un momento preciso y ridículo para todo: en él caben miedos ridículos, sueños ridículos, ideas ridículas, placeres ridículos, y que nos amemos ridículamente. Si no vencemos nuestros miedos ridículos, si no cumplimos nuestros proyectos ridículos, o convencemos de nuestras ideas ridículas, si sentimos desamor al amarnos ridículamente, entonces nos entran enfados y frustraciones ridículas. ¡Ridículo, todo ridículo!

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